Su Edulcorante Bajo en Calorías Podría Estar Engordando
Con casi el 40 por ciento de la población mundial ahora clasificada como obesa, y cada vez hay más evidencia que apunta al azúcar como el culpable, la gente está recurriendo a alimentos que contienen edulcorantes bajos en calorías para darles el sabor dulce que disfrutan, sin el riesgo de aumentar de peso. Sin embargo, una nueva investigación de la Universidad George Washington en los Estados Unidos sugiere que los edulcorantes artificiales en realidad pueden aumentar el riesgo de una persona de convertirse en obesa.
La epidemia de obesidad es causada por un aumento de grasa y azúcar en las dietas de las personas. La acumulación de grasa en la obesidad aumenta las probabilidades de padecer diabetes tipo 2, enfermedades cardíacas y cáncer. Como tal, las nuevas directrices de Public Health England alientan al público a comprar productos con menos calorías y menos azúcar.
Así que cambiar nuestra dieta para incluir edulcorantes bajos en calorías, como la sucralosa y el aspartamo, debería ser una buena manera de obtener todo el sabor dulce sin ninguna culpa. En cambio, el nuevo estudio sugiere que comer estos edulcorantes podría hacer lo contrario y aumentar la posibilidad de que acumulemos grasa en nuestro cuerpo, de una manera «dependiente de la dosis». En otras palabras, cuanto más edulcorante artificial consumas, más grasa crea y almacena tu cuerpo.
Durante muchos años, hemos sabido que las sustancias dulces (azúcares o edulcorantes artificiales) se unen a sensores en nuestra boca llamados «receptores de sabor dulce».»Estos receptores envían un mensaje a nuestro cerebro para decirnos que estamos comiendo algo dulce.
En la última década, estos sensores se han encontrado en otras partes de nuestro cuerpo, como la vejiga, los pulmones e incluso en los huesos. Esto ha planteado preguntas sobre el efecto que los edulcorantes, y estos receptores de sabor dulce, podrían tener dentro de nuestros cuerpos.
La nueva investigación, cuyos resultados se presentaron recientemente en la 100a reunión anual de la Sociedad Endocrina en Chicago, analiza el efecto que los edulcorantes artificiales tienen en las células que componen nuestras reservas de grasa. Estas células tienen un transportador de glucosa (una proteína que ayuda a que la glucosa entre en una célula) llamado GLUT4 en su superficie y, cuando comemos más azúcar, las células absorben más glucosa, acumulan más grasa y se hacen más grandes.
Los investigadores de este último estudio encontraron que el edulcorante artificial, la sucralosa, que se encuentra comúnmente en alimentos y bebidas dietéticos, aumenta el GLUT4 en estas células y promueve la acumulación de grasa. Estos cambios están asociados con un mayor riesgo de volverse obeso.
De hecho, la investigación estudió un pequeño número de personas obesas que consumen edulcorantes artificiales y descubrió que tenían más de estas células de grasa y una mayor expresión de genes asociados con la producción de grasa.
Cuando se consumen en cantidades bajas, se ha demostrado que los edulcorantes artificiales ayudan a perder peso, mejoran las condiciones metabólicas e incluso protegen contra lesiones durante la infección. Sin embargo, este nuevo estudio sugiere que, en lugar de mantenernos saludables, los edulcorantes artificiales, especialmente cuando se consumen en dosis más grandes, podrían contribuir a la epidemia de obesidad.
Dado el número limitado de estudios sobre el tema, y que pocos estudios comparan los edulcorantes bajos en calorías con el azúcar, todavía no tenemos respuestas claras. Sin embargo, con un suministro de edulcorantes nuevos y naturales en el mercado, como la stevia y la fruta de monje, tenemos muchos para elegir. Estos se basan en extractos de frutas y están dirigidos a proporcionar un enfoque más natural para mejorar el sabor de los alimentos y bebidas en comparación con sus contrapartes artificiales.
Sin embargo, es demasiado pronto para decir si estos productos naturales son una opción más segura que los edulcorantes artificiales o si también tienen el potencial de aumentar el riesgo de obesidad.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
Havovi Chichger, Profesor titular, Universidad Anglia Ruskin
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